Hablar de
Sergio “Yeyo” Burgoa en el ambiente del hockey mundial, es hablar de un notable
deportista que jugó en las ligas más importantes del mundo, y que hoy, en el Quevert
francés, disfruta con lo que hace. Compañero de equipo de otro gran jugador
argentino, Cirilo García, hace su juego y marca la diferencia. Su equipo está
segundo en el campeonato (21), a un punto del Omer, y con un estilo que hace
vanguardia.
El “Yeyo”
nunca olvida sus inicios en el Concepción, donde jugó hasta los 18 años. “Comencé en el CPC, después Europa, donde el
mayor tiempo lo jugué en Tenerife, creo que 10 temporadas, mínimo. Ahí gané Copa
Cerh, fue un gran momento de mi carrera. Luego en el Liceo, el Forte de Marmi,
y finalmente Francia, en la Vendenne y ahora en Quevert”.
Si bien
reconoce que ya se radicó definitivamente en Europa, siempre tuvo la idea de
volver a la provincia, “Nunca dejé de
pensar en San Juan”.
Una de las
grandes expectativas que cumplió en su vida es lograr jugar en el “Viejo Mundo”,
“porque lo soñaba como todo jugador que
comenzaba por aquellos años”. Después la vida le dio la posibilidad de
estar en una Copa de las Naciones, integró la preselección para San Juan 2001 y
jugó el mundial de Oliveira de Azemeis (2003).
“Hoy no creo que me queden metas por
cumplir como jugador. Tuve la suerte de estar muchos años en la mejor liga del
mundo y luego quedarme con amigos verdaderos. Los títulos son secundarios,
conozco muchos hockistas, fuera de serie, que jugaron en Europa y nunca ganaron
ningún título importante, por eso no dejaron de ser buenos deportistas. Nunca
me considere un fuera de serie, pero si fui muy regular en las temporadas que
jugué”.
En la vida
de todo deportista se van cumpliendo metas. El “Yeyo” tiene claro que como
jugador no le queda mucho por lograr, pero si como entrenador. Aunque no lo
dijo directamente, lo dio a entender. Su incipiente carrera de técnico les
genera muchas cosas internas, “estoy muy
contento, me gusta mucho esto de DT, pero reconozco que me falta cosas por
aprender”
No se olvida
de unos de sus primeros entrenadores, Carlos Clavel, “nos enseño el abc del hockey. Y me dijo algo que siempre lo tengo
presente, para ganar se necesita de todos”.
Hay un tema
que lo hace distinto a Sergio Burgoa. Cuando otros jóvenes entrenadores
declaran abiertamente que su objetivo de máxima es dirigir la selección
nacional y van hacia esa meta contra viento y marea, el Yeyo, parece ir paso a
paso. Sin ponerse barreras, da la
impresión de vivir el momento, moderado, cauto. “Puede ser en un futuro lejano, la selección es algo muy grande para
pensar. Por ahora creo que hay gente muy bien preparada, con mucho nombre, que
puede hacerlo sin problemas. A lo mejor estaría bueno comenzar como ayudante”,
deslizó.
Burgoa
parece medir sus palabras, letra por letra, y nunca salirse de un libreto
moderado. Está lejos de las declaraciones grandilocuentes o impresionantes.
“Soy consciente de que tener un argentino
en cualquier equipo marca la diferencia en garra y técnica. Mi amigo Jordi
Bargallo siempre me decía, ustedes los
argentinos antes de los partidos muchos besos, en la cancha si pueden se matan
y luego terminan otra vez a los besos”.
Furioso
hincha del Bohemio, “mis hermanos jugaron
en Peñarol muchos años, eran muy amigos del Beto Acosta”, vivió de niño en
una barriada que es corazón de los hinchas verdinegros, Aberastain y Juan Jufre.
En el último invierno europeo decidió viajar a San Juan con su familia tras 5
años de ausencia en el país. “Hace dos años hice una visita muy fugaz de 15 días
para ver a mi papá, que luego falleció”.
Su apodo es
un simple parecido al apodo de su padre. “A mi padre le decían Yayo y a mi me
quedó Yeyo”. Sergio Burgoa parece no retirarse nunca. Sus 38 años no le pasan
factura y el no los tiene en cuenta, es más, no habla de retiro. Recuerda su infancia con nostalgia, su
primaria en el Colegio San José, sigue su marcha por el hockey como a los 20
años. Aunque ya habla de su condición de entrenador.
Es feliz
junto a su familia, en Francia, y parece hacer honor a ese viejo dicho popular,
“los hombres no dejan de jugar porque envejecen; envejecen porque dejan de
jugar”.
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